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viernes 22 noviembre 2024

A Acapulco solo le faltaba una pandemia

El crimen organizado apagó el brillo de la perla del Pacífico y el turismo busca ahora el glamur del pasado

elpais.com/Carmen Morán Breña

Acapulco.- Eddson está sentado en el borde de la piscina y deja al sol el enorme tatuaje que le atraviesa la espalda: “Familia”. Se lo grabó hará unos cinco años, cuando mataron a su amigo a tiros y vio al padre y a la hermana en el cementerio, destrozados; la madre ya no estaba, se la llevó un cáncer.

“Entonces supe que la familia era lo más importante, lo que yo quería”. Se voltea y mira con ilusión a su pareja, Valeria: “Esperamos un bebé”. Pues han elegido el lugar perfecto, el hotel Princess, en la zona Diamante de Acapulco, uno de esos paraísos artificiales para familias donde antes hubo piratas del Pacífico.

La jovencísima pareja encontró la habitación sellada, como si dentro se hubiera cometido un asesinato. La pegatina que unía las dos hojas de la puerta informaba al huésped de que estaba entrando en una zona higienizada contra la pandemia. ¿También el mando de la televisión? ¿Y los botoncitos del aire acondicionado? ¿Cada mesa, cada silla? Circula por ahí esa famosa luz ultravioleta con la que barrían las habitaciones de los hoteles y descubrían, como detectives de CSI, restos de semen por todas partes. Bien podrían inventar algo así para el coronavirus.

En las mesitas de noche no espera un chocolate, ni unos caramelos, sino un kit desinfectante con un botecito de gel, gasas antibacterianas y mascarillas de papel de fumar. El servicio de habitaciones se presenta cubierto hasta las cejas. La campana sobre el plato también trae la cinta de papel que garantiza asepsia total, como cuando limpian la taza del váter. Los vasos vienen cubiertos con papel de plástico. Cuando Eddson entrega su tarjeta para que le den una toalla de baño, el encargado le señala una pecera con sanitizante para que la eche allí. Nadie debe tocar nada.

Los turistas siguen llegando y hacen fila en la recepción. Registrado uno, la recepcionista toca la campanita y un empleado llega con el espray y kilos de papel para limpiar el mostrador antes de que pase el siguiente, como en una cinta transportadora. A cada uno le van colocando la pulsera que garantiza un mundo feliz. Aldous Huxley era un aprendiz.

El mundo se ha vuelto un lugar muy aburrido y predecible. De Ibiza a Acapulco, la rutina es la misma. La distancia física entre personas, gel hidroalcohólico, cubrebocas. Esta pandemia ya apesta. ¿Dónde ir que sea distinto? Este planeta ya no es apto para vacaciones. Cuánta razón tenían. Mejor quedarse en casa.

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