Columna: Astillero. Julio Hernández López
El presidente de México no dejó margen a las interpretaciones. Mediante un video emitido desde Baja California, señaló que sus adversarios políticos, a quienes llama los conservadores, quieren que él se aísle a causa de las previsiones a que obligan los crecientes índices de contagio del Covid-19.
Tal aislamiento implicaría que no hubiera conducción del país o, planteado de otra manera, que esos opositores asumieran el timón, pues “en política no hay vacíos de poder, los vacíos se llenan y eso es lo que ellos quieren, que haya un vacío para que se apoderen ellos de la conducción política del país.
De manera irresponsable, porque todo lo que están haciendo es por su coraje ante los cambios que estamos llevando a cabo. Como estaban dedicados a robar, a saquear y dijimos ‘basta’, muy enojados porque robaban”.
Las palabras de Andrés Manuel López Obrador tienen como contexto la fuerte escalada de críticas que sus opositores han desatado en la misma proporción en que el país va entrando a una delicada fase de disparejo aislamiento social, riesgos económicos evidentes y muy cantados, así como retos políticos y gubernamentales relacionados con la eficacia y oportunidad de las medidas adoptadas para enfrentar la impactante pandemia en curso.
La entrada de México a la escalofriante realidad de la alta progresión de casos comprobados de infección, y las consecuentes muertes de un porcentaje de esos contagiados, está siendo considerada por los opositores del político tabasqueño como una gran oportunidad de endosarle grados de responsabilidad por la presunta tardanza en la toma de decisiones previsibles y por su personal conducta de rechazo a guardarse oportunamente, en razón de su edad y sus antecedentes médicos.
La pautada acometida contra López Obrador pretende instalar la tesis de que, así sea en percepción política, la presidencia andresina ha terminado, que ya no se ejerce adecuadamente el mando y que las consecuencias de su continuidad en Palacio Nacional serán graves en cuanto al número de muertos por el virus que golpea a buena parte del mundo y por el consecuente hundimiento económico que en México sería más grave, a juicio de esta columna, en razón de las debilidades e insuficiencias acumuladas precisamente por empresarios, políticos y personajes de poder pertenecientes a ese mundillo inconforme al que alude AMLO.
En incesante faena de ocupación de espacios políticos para no permitir vacíos que aprovechen sus adversarios, el presidente López Obrador se mantiene en una línea de alto riesgo personal en relación con el mencionado coronavirus.
Dos gobernadores han dado a conocer que están infectados, el priísta hidalguense Omar Fayad y el morenista tabasqueño Adán Augusto López Hernández. Y, aun cuando AMLO ya está imponiendo físicamente la llamada sana distancia y no saluda de mano ni da abrazos en sus giras de trabajo, lo cierto es que las posibilidades de afección siguen siendo altas.
El apego a la política a ras de tierra, todoterreno, en contacto directo con la gente, le ha dado a López Obrador un impresionante capital político que no tendría por qué menguar si durante las semanas que fueran necesarias limitara o cancelara su agenda de viajes constantes y se instalara sin contratiempos y a plenitud en Palacio Nacional
Podría ejercer un mando que en su caso no requiere de convalidaciones masivas físicas y que, ante las exigencias y complicaciones correspondientes al multicitado virus, tal vez podría tener mayores probabilidades de éxito administrativo.
La difícil situación del país, el asedio de los poderosos intereses que sueñan con derribarlo y la necesidad de darle continuidad a sus programas básicos, deberían llevar a Andrés Manuel López Obrador a cuidar al extremo la salud del presidente de la República.
A cuidarse y resguardarse aunque, sin duda, arreciarán los ataques de quienes creen llegado un momento de revancha política para la cual no tienen ni personajes relevantes y acreditados ni organización partidista o social con fuerza y credibilidad. ¡Hasta mañana!
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