Carlos Barrachina. Periodistas de Quintana Roo
Las destituciones de Manuel Alamilla y de Haydé Serrano, y el “alejamiento” temporal de Juan de la Luz Enríquez de la oreja del gobernador, porque se encuentra en la CDMX pasando la pandemia, obligan a reflexionar. Al final la familia, es la familia, y parece que en estos momentos de confusión por el COVID se ha abierto un espacio en la batalla por el “poder”. Las destituciones o renuncias en el gabinete van a continuar en los próximos días, incluyendo la llegada de Efraín Villanueva Arcos a la Secretaría de Medio Ambiente.
Son tres piezas cercanas a Juan de la Luz las que caen. Pedro Joaquín Codlwell seguramente tiene algo que ver en esta crisis. Por una parte, Manuel Alamilla quedó muy mal con el ex secretario priista, y su círculo más cercano lleva años pidiendo su cabeza, y por otra se rescata a Efraín Villanueva, director general con Pedro Joaquín. Se dice, se rumora y se comenta que la bronca ha sido grande: ¿les dará finalmente CJ, cuando regrese de su viaje, premio de consolación a los funcionarios cesados? Parece que no está tan claro, especialmente en el caso de Alamilla.
Carlos Joaquín es una persona contradictoria. En lo cercano señalan que es buena gente. Era un buen candidato en el 2016, sabía transmitir esa buena onda a la gente: y muchos confiamos en él, para liderar una nueva forma de hacer política. Ahora lleva tiempo queriendo pedir “tiempo muerto”, y deseando que el partido acabe.
Es una persona insegura, y poco tolerante. Su salida frente a la crítica es el autoritarismo y la intransigencia. Su perdición ha sido la voracidad de su gobierno de “asesores” y los supuestos compromisos a los que llegó en campaña. También ha sido su falta de voluntad para gobernar, y su rechazo a Chetumal, la ciudad que le entregó la victoria. Sus asesores le hicieron creer que el hecho de su llegada a la gobernatura, era una especie de destino divino al que tenía derecho por nacimiento, más que una vocación de servicio. Creérselo ha sido otro de los grandes errores, porque para gobernar hay que tener la voluntad, y hay que rodearse de gente capaz.
Este tiempo que le queda a la administración va a ser de trámite y de aguantar el chaparrón. De establecimiento de alianzas, para no salir muy mal parado y sobre todo de campaña en medio de la contingencia; porque el proceso electoral del 2021 ya ha iniciado, y el del 2022 está a la vuelta de la esquina.
¿Cuál va a ser la obra por la que va a ser recordada la administración de Carlos Joaquín? No hay ninguna. ¿Para qué sirvió la reestructuración de la deuda? La falta “teórica” de recursos, el sargazo, el COVID y el aumento de la inseguridad van a ser excusas de mal perdedor para justificar la inacción; sin embargo, la gravedad de las consecuencias de estas circunstancias adversas, tiene mucho que ver con la mala gestión de las personas que desempeñaron funciones de gobierno: no supieron o no quisieron gobernar.
Esta administración va a ser recordada por el menosprecio gubernamental al deseo de cambio político que tenía una gran mayoría de la sociedad. El PRI quintanarroense se acabó, arrastrándose, como una sombra fea y deforme. La campaña del 2016 fue una tremenda guerra sucia, y finalmente se impuso el deseo de la ciudadanía de cambiar las cosas. Lo mismo sucedió dos años después con la esperanza que vendió Andrés Manuel López Obrador. La gente quería un cambio de hacer las cosas, y los políticos no más no entienden, no quieren o no pueden.
También va a ser recordada por el increíble aumento en las tasas de homicidios y por la batalla campal de diferentes grupos del crimen organizado, que pasaron de pelearse la zona turística, a disputarse las zonas de tránsito de la droga en el sur del Estado. Carlos Joaquín intentó todo. Primero no quiso ver el tema, dejó que Juan de la Luz hiciera negocio con Salinas Pliego con el C-5 y las cámaras de videovigilancia; luego llamó al ejército a través de la policía militar, y finalmente, contrató a un político mediático, metido en los rollos de la seguridad pública, que ha resultado ser un fraude y un tremendo dolor de cabeza. Jesús Alberto Capella Ibarra, a día de hoy todavía no sabe, o no le importa en donde está parado. Finalmente han tenido que recurrir de nueva cuenta al ejército a través de la Guardia Nacional.
Siempre dice que sí, pero nunca dice cuándo. Esa es la amarga mueca que se va a quedar en el recuerdo de muchas personas de buena voluntad en Quintana Roo.
¿Por qué planteo esta columna como un cierre de ciclo? Llámenlo corazonada, pero creo que estos cambios son el principio del fin. Juan de la Luz va a abrirse y va a dejar solo al gobernador; quizás con una distancia discreta, quizás con una broncota final, pero se va a ir sin asumir responsabilidades.
La familia va a tratar de cerrar los arreglos necesarios para salir bien ¿Quién será el próximo o la futura persona que encabeza el ejecutivo quintanarroense? Eso es lo que nos está empezando a ocupar. Sólo queda tiempo para elecciones y pactos.