24 HORAS Madrid/Alberto Peláez
Todos sabemos de la pobreza en el mundo. Muchos seres humanos viven en la depauperación más absoluta. Sólo algunos datos para que abramos los ojos. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, más de mil millones de seres humanos viven con menos de un dólar al día. Hay 3 mil 800 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios. La diferencia global entre pobres y ricos en el planeta es sencillamente abismal. No hay que viajar a lugares recónditos de África ni perderse en las selvas inhóspitas de América Latina para adivinar cómo el viento de lo paupérrimo sobrevuela toda la tierra.
En España, sin ir más lejos, existe hambre física, cuando presumimos de ser primer mundo. En México y otras latitudes las diferencias llegan a ser insultantes. Por eso el efecto del populismo. En este mundo tan superfluo, tan dado al hedonismo, el consumismo prolifera a raudales y así nace el metaverso. Sí, esa palabra más allá del universo, o más allá del universo que conocemos.
En ese mundo fantásticamente irreal uno entra con sus gafas, sus computadoras, sus celulares, que, por cierto, hace 50 años no existían y nadie se moría por no tenerlas. Y allí está todo ese mundo a los pies, con majestuosas casas, aviones, yates, coches de lujo, campos de golf, cuadros de diferentes siglos que marcaron una inflexión en la historia del arte. Todo, todo lo que uno puede imaginar se encuentra en el metaverso, igual que en el mundo de verdad sólo que irreal, ficticio, intangible.
Claro que también como en el mundo en el que vivimos, para gozar del metaverso uno tiene que adquirir esos carros o esas mansiones o esas obras de arte. Y todo ello puede costar millones de dólares, y esos, los dólares, sí son de verdad. Es más, si uno quiere admirar un cuadro en el metaverso, tiene que pagar. Es la paradoja en sí misma: pagar por la irrealidad.
Es absolutamente absurdo. No tiene ningún sentido. Algunos tienen tanto que viven en su metaverso particular jactándose de todo lo que tienen para que “sus amigos” lo vean, lo admiren, eso sí, siempre y cuando también sean partícipes del propio y exclusivo metaverso.
Con todo ese dineral que se mueve en el metaverso se podría ayudar a erradicar parte del hambre en el mundo, podríamos conseguir una sanidad que fuera buena para todos o tal vez una educación de excelencia universal. Y ahora, por favor, que no me digan que soy un demagogo, aunque, la verdad, me da igual.
Hagamos tan sólo una reflexión: con todos los miles de millones de dólares que hay en el metaverso mucha gente podría comer. Seguro que ayudaríamos a erradicar el hambre.
Lo que ocurre es que ninguno de los que están en el metaverso va a querer cambiar su realidad por la realidad de verdad. Claro, se vive mejor en la irrealidad que en la vida de mucha gente que sufre buscando algo para comer y no morir de hambre.
Me da igual si me tachan de demagogo. Saben que tengo razón.