Un crimen de Estado es cuando la víctima es asesinada por las fuerzas estatales, sean policiacas, militares, o por interpósita persona, ya sea que las órdenes salgan de alguna institución estatal, como fue el caso de la guerra sucia en Argentina, Uruguay, Brasil, México; esa responsabilidad generalmente recae en el presidente
Cuenta la anécdota y muchas de ellas son inventadas, que un presidente mexicano hastiado de un contrincante dijo: no lo quiero volver a ver, y en efecto, el contrincante apareció muerto unos días después, algún acomedido interpretó la opinión presidencial y raudo se aprestó a cumplir el deseo. ¿Sería un deseo involuntario del presidente, o sus allegados sabían que una frase de esas implicaba desaparecer a alguien?
El humor dice que llegó un ayudante y le dijo a Salinas:
– Señor, le acaban de meter un balazo en la cabeza a Colosio y Salinas responde: ¿A poco ya son las 7?
Vox populi asumió que el único capaz de llevar a cabo un asesinato de ese tamaño tenía que ser el presidente mismo. Me parece que el gran perdedor con la muerte de Colosio es Salinas, sin embargo, la opinión popular piensa que él es capaz de mandar matar a quién se le dé la gana y que lo hace.
El crimen político fue la señal de los tiempos de Salinas cuándo mataron a varios cientos de perredistas, según Helen Combes la mayor parte de los asesinos eran policías o miembros del PRI. ¿Acaso los asesinos leían el deseo presidencial de terminar con aquellos que derrotó solamente por medio de un fraude electoral? Los dos expertos en estadística electoral del PRD cayeron abatidos unos días antes de la elección.
Los rumores decían que la esposa de Peña Nieto y un guardia murieron porque los descubrieron en un affaire; Peña decide llevar a su esposa en coche a un hospital de la CDMX en lugar de asistir a uno en Toluca o llevarla en helicóptero y el guardia desaparece. Ya viudo se casa con una actriz para que Televisa le arme la imagen. ¿Será cierto lo que sostiene Vox Populi o se equivoca?
Pero como dicen que también en Londres hace aire, encontramos crímenes de Estado en otros lados.
En 2018 fue asesinado el periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, por agentes del gobierno que estaban a las órdenes del príncipe Mohammed bin Salman. Hubo un gran clamor en el mundo y se llamó a romper relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita, pero al parecer el peso del petróleo convenció a los yanquis a mejor dejar pasar un capricho sangriento de la casa real en contra de uno de sus críticos.
Le llegó el turno a Alexei Navalny, un disidente ruso que era muy molesto para el gobierno entre otras cosas porque denunció la corrupción de Putin.
Primero lo envenenaron, pero lograron salvarlo y después de un tiempo en el exilio decidió regresar para ser apresado y condenado por nimiedades, hasta que lo enviaron al Gulag donde no duró mucho, está por verse la fuerza de su martirologio.
Su último llamado fue para votar contra Putin en las próximas elecciones. Putin es un reto para la Ciencia Política, porque ejerce poderes totalitarios como buen autócrata, pero cuida muy bien las formas y se reelige constantemente, con lo cual se siente paladín de la democracia, sangriento pero demócrata.
En los pocos días después del asesinato de Navalny han detenido a 400 rusos que muestran su pesar, poner un ramo de flores le consigue la detención policiaca a la persona.
Un crimen de Estado es cuando la víctima es asesinada por las fuerzas estatales, sean policiacas, militares, o por interpósita persona, ya sea que las órdenes salgan de alguna institución estatal, como fue el caso de la guerra sucia en Argentina, Uruguay, Brasil, México; esa responsabilidad generalmente recae en el presidente.
Se dice que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Encontramos que, con la concentración de poder, los presidentes, o las casas reales (absurdas en el siglo XXI), sienten tener atribuciones que los creyentes depositan en dios, como dar y quitar la vida.
Parece haber una sed de crimen asociada al poder, trátese de una guerra insensata en la que mueren inocentes y empleados del Estado obligados a cumplir, o el uso de los instrumentos del Estado para asesinar personajes incómodos, como una cárcel en el ártico.
Esa inclinación al asesinato se registra en todo el espectro político, desde las monarquías hasta aquellos que enarbolan las banderas de la democracia.
Se puede encontrar una justificación para el crimen como Razón de Estado, o sea un alegato para realizar infamias que benefician al Estado y supuestamente al ciudadano, mientras que en la realidad asesinar periodistas o disidentes para callar la crítica, al primero que afecta es al ciudadano. Según Amartya Zen la falta de libertad de expresión causa hambrunas, porque no existen voces que puedan alertar sobre catástrofes en marcha.
Podría ser que en la psicología del poder se anide algo que anula los valores y las creencias que se juró cumplir, no solamente las leyes, sino la vida misma.
El Independiente/Geopolítica Samuel Schmidt Foto: EFE