Río de Janeiro
Un nuevo virus ha comenzado a encender las alarmas en Latinoamérica: el oropouche, una enfermedad viral transmitida por mosquitos, ha generado preocupación tras un aumento significativo en el número de casos reportados y las primeras muertes confirmadas en Brasil.
Con una ausencia total de vacunas y tratamientos específicos, el oropouche se presenta como una amenaza emergente para la salud pública en la región.
El Ministerio de Salud de Brasil confirmó a finales de julio las primeras dos muertes atribuidas al virus. Se trata de dos mujeres jóvenes, residentes en el nordeste del país, quienes sucumbieron a la infección sin tener antecedentes de problemas de salud.
Estos fallecimientos marcan un hito en la historia del oropouche, pues hasta ahora no se habían registrado muertes oficialmente asociadas con el virus, aunque se sospecha que algunas pudieron haber sido erróneamente atribuidas a otras enfermedades como el dengue.
El oropouche no es un recién llegado. Fue identificado por primera vez en 1955 en Trinidad y Tobago y desde entonces ha sido un problema recurrente en varias partes de América Latina, especialmente en la región amazónica de Brasil, donde se estima que cerca de 500,000 casos han sido diagnosticados en las últimas seis décadas. Sin embargo, el brote actual es el más preocupante en años, con 10,000 casos reportados en lo que va de 2024, superando con creces los 800 casos registrados en todo 2023.
El virus es transmitido principalmente por la picadura del mosquito Culicoides paraensis, común en zonas tropicales y subtropicales de la región.
Aunque la transmisión por contacto directo o aéreo no ha sido documentada, recientes investigaciones sugieren la posibilidad de transmisión vertical, es decir, de madre a hijo durante el embarazo. Esta situación ha generado inquietud, especialmente después de que el gobierno brasileño reportara casos de microcefalia y una muerte fetal posiblemente relacionados con el virus, lo que recuerda los temores provocados por el virus Zika hace unos años.
Los síntomas del oropouche son similares a los de otras enfermedades virales como el dengue o la gripe, incluyendo fiebre, dolor de cabeza, dolor en las articulaciones, náuseas y vómitos. La mayoría de los afectados experimentan síntomas durante cinco a siete días, aunque en un 60% de los casos, estos pueden reaparecer después de un período sin síntomas, complicando aún más el manejo de la enfermedad.
La comunidad médica enfrenta grandes desafíos ante la falta de opciones terapéuticas. Actualmente, el tratamiento del oropouche se limita al manejo sintomático, es decir, a aliviar los síntomas mientras se espera que el cuerpo elimine la infección. En ausencia de medicamentos antivirales específicos, los pacientes son aconsejados a descansar y a seguir usando repelentes para evitar la propagación del virus a otras personas.
El brote del oropouche también se ha extendido fuera de América Latina. En Europa, se han reportado casos en España, Italia y Alemania, todos en viajeros que habían estado en Cuba o Brasil, donde se han documentado los primeros brotes fuera de Sudamérica. Este fenómeno refuerza la preocupación de que el virus pueda establecerse en nuevas regiones, especialmente en un contexto de cambio climático y deforestación que favorece la expansión de los hábitats de los mosquitos vectores.
Las autoridades sanitarias han redoblado los esfuerzos de prevención, insistiendo en medidas como el uso de ropa que cubra la piel, la aplicación de repelentes y el drenaje de áreas con agua estancada, donde los mosquitos suelen reproducirse. Sin embargo, estas medidas pueden ser insuficientes para frenar la propagación de un virus que, como otros transmitidos por mosquitos, parece estar beneficiándose de las condiciones ambientales cambiantes.
A medida que el oropouche sigue su avance, los científicos advierten que este virus podría convertirse en una amenaza global si no se toman medidas urgentes para desarrollar pruebas diagnósticas más accesibles y, eventualmente, una vacuna. Mientras tanto, Latinoamérica se enfrenta a la realidad de un nuevo enemigo invisible que pone en jaque a sus sistemas de salud.
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