- La escritora y periodista dio a conocer en la feria de Minería su libro más reciente, De corazón, Elena
El prodigio Poniatowska llegó a la 45 Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería (FILPM), donde la escritora y periodista convocó el viernes a decenas de lectores y admiradores para atestiguar la presentación de su libro De corazón, Elena, publicado por el Fondo Editorial del Estado de México (Foem).
Como ocurre en cualquier sitio al que asiste, la autora fue arropada por el cariño y la admiración de una multitud que la celebró desde su llegada hasta su partida, con un trato de rockstar, rodeada por un maremágnum que dificultaba el tránsito por los pasillos de la feria, le solicitaba autógrafos, firma de libros y tomarse selfis.
El salón destinado para la presentación del libro –obra que forma parte de la Colección Mujeres, Razón y Porvenir, dedicada a escritoras mexicanas, que a la fecha rebasa la veintena de títulos– resultó insuficiente para la cantidad de público que quería escuchar a la colaboradora de La Jornada.
Desde hora y media antes comenzó a integrarse la fila para ingresar y fueron varios los que no alcanzaron a entrar y permanecieron en el umbral del recinto para escuchar durante 50 minutos a la escritora.
Amable y carismática, Elena Poniatowska respondió a las preguntas de la periodista Beatriz Zalce y de los concurrentes, luego de destacar la importancia de la citada colección, que a la fecha incluye textos de Amparo Dávila, Verónica Volkow, Angelina Muñiz-Huberman, Beatriz Espejo y Dolores Castro, entre otras escritoras.
Habló también someramente del libro, el cual reúne sus cuentos “De Gaulle en Minería” y “El corazón de la alcachofa”, así como una introducción de Beatriz Zalce. Ambos relatos son parte asimismo de la antología Hojas de papel volando, publicada en 2014 por Ediciones Era.
Elenita, como se le conoce afectuosamente, contó de su llegada a México, en 1942, al lado de su mamá y su hermana, Kitzya, y cómo aprendió aquí español, “en la calle, oyendo a los vendedores ambulantes y a las lavanderas que llevaban sobre su cabeza una pila de ropa”.
Habló de su ingreso en el periodismo, de cómo decidió hacer entrevistas para emular a la periodista Ana Cecilia Treviño, Bambi, y de su acercamiento a personajes de aquella época, como Carlos Pellicer, Diego Rivera, Octavio Paz, “que era muy joven, guapo y simpático”; José Clemente Orozco, Juan Rulfo –“que era muy tímido”– y Rosario Castellanos.
“Así fui armando una serie de entrevistas que se publicaban en Excélsior; fue un aprendizaje y un acercamiento a México excepcional. Yo publicaba absolutamente todo, a partir de cosas ingenuas e ignorantes, pero que también dan idea del deseo de conocer a quienes eran tratados con mucha formalidad en los periódicos”, asentó.
“Se hizo un periodismo quizá más libre y cariñoso, más cercano a los personajes, porque todas las crónicas eran muy solemnes y no decían lo que ocurría (…) Esa forma de retratar la realidad fue la que más me ayudó, no a conocer más, sino a que los lectores esperaran a ver en qué líos se metería esta preguntona que no sigue las reglas del periodismo, el cómo, cuándo, dónde y por qué.”
Recuerdos, anécdotas y nombres se fueron engarzando, como los de los escritores Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y José Agustín, la luchadora social Rosario Ibarra y el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo, así como el Palacio Negro de Lecumberri, al que considera una escuela maravillosa.
“Creo que la época de mi vida en que más aprendí fue escuchando la vida de los presos, y luego de los presos políticos. Fue, de veras, entrar a un mundo más rico y aleccionador que el mío, más cercano a la realidad, porque yo viví hasta los 18 años una vida de niña bien”, dijo.
Tras referirse a sus colaboraciones en La Jornada y lamentar la pérdida del hábito de leer el periódico, Poniatowska no pudo aclarar qué es más importante para ella al escribir, si el estilo o el lenguaje.
“Nunca he pensado en el estilo ni en la forma de escribir, simplemente reproduzco las palabras que los demás me dicen, lo que oigo en la calle y también lo que pasa por mi cabeza.”
Para cerrar la charla, en respuesta a una pregunta de una de las decenas de jóvenes allí reunidos, se refirió a la importancia del libro y la lectura: “Sí creo que las razones que no sabemos darnos, a veces las encontramos en un libro; la costumbre de leer es un acto de fe en sí mismo y de amor a la vida, se oye cursi, pero es verdad: eso que dicen de que el perro es el mejor amigo del hombre, también puede aplicarse al libro. Toda la vida he aprendido mucho de los libros; para mí, leer es una tabla de salvación”. La Jornada/Ángel Vargas