Columna: Indicador Político Carlos Ramírez
El discurso antineoliberal de la 4-T nunca ha podido convencer porque en el fondo toda la doctrina y pensamiento económico de los gobiernos de López Obrador y Sheinbaum Pardo se ha movido en las coordenadas no solo comerciales sino también ideológicas de la economía globalizadora del mercado, con ciertos resquemores en gasto social que no cambian el enfoque mexicano de 1977-2025 de un neoliberalismo dominante.
El abandono de la economía productiva globalizada, el regreso de Trump a los modelos nacionales de desarrollo, la falta de un impacto social de la economía de mercado en los últimos 36 años que comenzó con el discurso del Consenso de Washington a finales de 1989 y con una coincidencia histórica poco enfatizada en que el acuerdo de mercados globales comenzó justo en los días en que se desmoronaba la opción comunista soviética.
El presidente López Portillo nunca entendió la economía, se dejó llevar por su nacionalismo en la decisión de rechazar el ingreso de México al GATT –el Acuerdo General de Aranceles y Comercio, después convertido en Organización Mundial de Comercio que Salinas de Gortari soñó con presidir– y hubo un intento de cerrar más la economía gracias a los ingresos de las exportaciones de petróleo, pero sus economistas progresistas carecieron de capacidad para definir un nuevo modelo de desarrollo industrial y agropecuario.
El presidente De la Madrid inició formalmente el ciclo neoliberal mexicano en agosto de 1986 con el ingreso de México al GATT y el arranque de una nueva política comercial de apertura el exterior como mecanismo para disminuir presiones inflacionarias, aunque comenzando ahí el gran proceso de desindustrialización nacional que trajo consigo el GATT y después el Tratado comercial del presidente Salinas de Gortari 1991-1993.
El TCL como un mercado comercial norteamericano México-EU-Canadá estaba llamado a ser el gran factor de estimulación para el salto de industrialización que requería México, incipientemente iniciado con la explicación muy limitada del modelo de sustitución de importaciones, sobre todo porque el Estado nunca tuvo la capacidad de subsidiar el salto cualitativo en los empresarios productores que le dieron prioridad a sus utilidades y no a la consolidación una estructura de Industria de transformación.
México –aquí se ha repetido– multiplicó por diez su comercio exterior, pero todo se quedó en utilidades empresariales y no en reinversiones para una industria nacional. El dato lo tiene muy bien documentado el especialista Arnulfo R. Gómez: de 1990 a 2017 el porcentaje de productos en exportación total bajó de 59% a 39%, es decir, la producción de bienes intermedios fue entregada al extranjero, dejando a México como un país maquilador. Y otro dato adicional: de las 140 variables de competitividad, México solamente tiene ventaja en 18 y desventaja en 122, siendo superado por Australia, Japón, Palancia, Nueva Zelanda, Singapur y hasta Vietnam.
Los presidentes De la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto se amodorran en el modelo neoliberal de mayores exportaciones y nunca pensaron en reconstruir la planta industrial de agropecuaria mexicana. López Obrador y Sheinbaum llegaron a la presidencia con la bandera del fin del viejo neoliberalismo globalizador, pero no tocaron ninguna de las variables de la economía de mercado y solo utilizaron los escasos fondos públicos no para incentivar una nueva planta industrial mexicana competitiva con el exterior, sino para subsidiar a sus bases electorales con dinero regalado que carece de efecto multiplicador en la economía; es decir, los dos presidentes de la 4-T han aplicado un modelo de neoliberalismo vergonzante, utilizando a las cúpulas empresariales para someterlas al presidencialismo y convertirlas en contratistas y no para reconstruir la planta productiva.
El regreso de Trump al mercado nacional y el fin de la globalización echaron a perder ya el tiempo de Gobierno de la presidenta Sheinbaum porque Palacio Nacional no tiene ningún plan de emergencia para regresar de manera inmediata con fondos públicos a los estímulos a la planta privada y dar el primer gran paso de modernización que sería la reconversión industrial que se ha venido proponiendo desde 1977.
El Gobierno de la presidenta Sheinbaum quedó atrapado en las redes complicadas del neoliberalismo dependiente y no tendrá tiempo, ni recursos, ni proyecto para catapultar las decisiones de Trump hacia un modelo económico de emergencia y se ahogará con los subsidios populistas como piedra atada al cuello.
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El Independiente Foto: Moisés Pablo/cuartoscuro.com