Culpar a Sudáfrica por la nueva variante de COVID-19 está mal. Una crisis global necesita una respuesta global. En lugar de señalar con el dedo y aislar, debería haber más solidaridad, opina Sertan Sanderson, de DW
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Si no fuera una letra del alfabeto griego, el nombre “ómicron” sería un villano perfecto en una saga de fantasía de Hollywood. Desafortunadamente, la nueva variante del coronavirus parece estar siguiendo ese guion, con más ficción que hechos que den forma a las directrices gubernamentales sobre cómo abordar este último capítulo en la actual crisis de salud pública.
Sin duda, cada mutación del virus debe tratarse con precaución y mucho cuidado, pero colocar a los países bajo prohibiciones generales de viaje no impide que un virus se propague. En todo caso, solo lleva a las personas infectadas no con COVID-19 sino con el virus de los viajes a buscar formas más ingeniosas de seguir adelante con sus planes previos de ir a algún lugar para pasar la temporada festiva.
¿Por qué castigar el turismo?
En primer lugar, todos tenemos una enorme deuda de gratitud con los científicos sudafricanos, quienes identificaron por primera vez la variante ómicron y comunicaron el descubrimiento con gran transparencia. Uno incluso pensaría que esto fomentaría mayores esfuerzos de cooperación global para combatir el virus. Pero estaría equivocado.
En cambio, Sudáfrica está siendo señalada una vez más como el chivo expiatorio conveniente en la última evolución del drama del COVID-19. Las repercusiones para la industria de viajes en Sudáfrica, que representa casi el 3% del PIB del país, son enormes. En lugar de una pandemia viral, ahora aumentan los temores de que una pandemia de pobreza afecte a quienes trabajan en los sectores de la hostelería y el turismo.
Mientras tanto, no se habla del hecho de que el riesgo de contraer cualquier variante de COVID-19 mientras se realiza un safari en la selva africana o se sube a la montaña de la Mesa, en Ciudad del Cabo, es mínimo. Y con las temperaturas de verano que habitualmente superan los 40 grados Celsius en algunas partes del país, la probabilidad de reuniones navideñas masivas en interiores con las ventanas cerradas es prácticamente inexistente.
De hecho, en estas circunstancias es más probable contraer malaria en Sudáfrica que COVID-19.
¡Vacunen a los africanos ahora!
La tasa de vacunación en Sudáfrica está actualmente por debajo del 25%, según la Universidad Johns Hopkins. Los estándares generales de higiene son bajos y al menos 55% de la población del país vive por debajo del umbral de pobreza, según el Banco Mundial. El sistema de salud pública ya había estado trabajando más allá de su capacidad antes de la pandemia. No sorprende para nada que el descubrimiento de la variante ómicron haya hecho sonar las alarmas en todo el mundo.
Sin embargo, en lugar de condenar al ostracismo a toda una nación, ¿por qué no hacemos más para vacunar a todos en Sudáfrica? En lugar de acumular todas las vacunas, ¿por qué los gobiernos occidentales no toman en cuenta la ridícula tasa de escepticismo sobre las vacunas en países como Alemania y simplemente exportan esa proporción de los preciosos viales a países del sur global en lugar de desecharlos?
Sudáfrica cuenta con una excelente red logística diseñada para entregar cualquier tipo de medicamentos a los cuatro rincones del país. Es el resultado de la lucha del país durante tres décadas contra la propagación del VIH/sida. Con esta infraestructura preexistente, las vacunas podrían distribuirse en todo el país en poco tiempo, si solo hubiese suficiente voluntad política.
Tácticas de chivo expiatorio
Mientras tanto, los vecinos de Sudáfrica también están siendo arrastrados al mismo juego de culpas, con prohibiciones generales de viaje emitidas para todo el sur de África, a pesar de que no hay evidencia de que la nueva variante haya surgido en ninguna de esas naciones.
Países como Namibia, Suazilandia y Zambia tienen una población poco numerosa y densidades de población todavía menores. Para contraer o propagar el COVID-19 en esos lugares y traer el virus de regreso a Europa, es casi seguro que se requiera un esfuerzo deliberado por parte de cualquiera que viaje allí. De hecho, apostaría mucho dinero a que la mayoría de las personas que pueden gastar el equivalente a lo que es un salario anual en esos países en un solo boleto de avión también pueden pagar mascarillas y desinfectante de manos para protegerse a sí mismos y a los demás.
Pero estas consideraciones prácticas parecen importar poco cuando se trata de imponer restricciones de viaje apresuradas que causan más daño que bien.
¿No es una variante “africana” después de todo?
Es por eso que no puedo evitar sentir cierto regocijo por las noticias recientes que dicen que las autoridades de salud neerlandesas han establecido que la variante ómicron ya se había detectado en Europa una semana antes de que se identificara en el sur de África. A esto le siguieron informes de muestras de COVID-19 en Nigeria tomadas en octubre que también dieron positivo en ómicron.
Esto plantea preguntas obvias sobre si la nueva variante quizás se exportó a África en lugar de importarse desde allí a Europa. Quizás eso tampoco sea importante. Europa sigue siendo el continente más afectado en este momento, tomando o sin tomar en consideración la mutación, mientras que África en general ha estado haciéndolo sorprendentemente bien durante toda la pandemia.
Solo podemos esperar que los informes iniciales de que ómicron es una cepa leve de Sars-CoV-2 demuestren ser ciertos. Después de todo, esto es lo que en última instancia quiere cualquier virus: adaptarse a su entorno y aprender a coexisitir.
(rr/lgc)