Columna: 24 Horas España Alberto Peláez www.24-horas.mx
Nunca pude imaginar que un virus fuera, no sólo tan letal, sino además que pudiera subyugar a todo el planeta para que siete mil millones de personas tuvieran que refugiarse en sus casas condenadas a no poder salir.
Jamás en toda la historia de la humanidad habíamos vivido algo de estas características. Es verdad que a lo largo de la historia hubo pandemias que acabaron con sociedades y economías. La peste diezmó a una parte importante de Europa en la baja y alta Edad Media. La gripe española de 1918 cercenó también muchas vidas. Sin embargo, esta es la primera vez que un virus pone en jaque a todo el planeta.
Esta es una de las consecuencias del mundo global. McLuhan ya hablaba de las bondades de la “aldea global”. Él y otros llenaron ríos de tinta de las ventajas de la globalización. Pero no todo serían buenas noticias. La interconexión y la tecnología también podían degradar a un planeta confinado, voluble, vulnerable y aterrorizado por un virus tan invisible como temible y letal.
De toda esta pesadilla tendremos que extraer consecuencias y aprender diversas lecciones. No puede ser que, tras millones de muertos y una economía global gravemente herida, no extrajéramos conclusiones.
Todos hemos conocido la suciedad del agua de Venecia. La mala acción del hombre en su interés por conocer una de las ciudades más bellas del mundo hizo que sus aguas parecieran estercoleros. En sólo quince días de inacción vimos unos canales tan limpios que se podía ver su profundidad; las aves nadaban a sus anchas y volvimos a ver el esplendor de esa metrópoli.
Las aguas del río Manzanares, en Madrid, estaban sórdidas. Hoy, si uno pasea por la riviera del río de la capital ve sus aguas cristalinas con cigüeñas, patos, grullas o gaviotas disfrutando de ella.
Los cielos de Madrid, de la Ciudad de México, de Nueva York o de Nueva Delhi se ven esplendorosos y la población puede, por fin, gozar de ellos y respirar su aire puro.
Desde 1995, los mandatarios del mundo se reúnen anualmente para decidir sobre cómo frenar el calentamiento global y sus terribles consecuencias. Me avergüenza ver que nunca se ponen de acuerdo –siempre por cuestiones de dinero–, y el planeta se calienta y se calienta más, hasta la asfixia.
El pasado mes de diciembre, los políticos del mundo se reunieron en Madrid. Como es habitual, no llegaron a ninguna conclusión, sabiendo que ya no hay muchas más oportunidades, que nos vamos acercando peligrosamente al abismo del calentamiento, sabiendo que ya no hay retorno con las consecuencias irreversibles e indeseables para todos.
¿Es que tenía que llegar un maldito virus para que hiciera parar coches, fábricas, aviones y un larguísimo etcétera?, ¿es que un enemigo invisible tenía que hacernos entender que estábamos destrozándonos los unos a los otros?, ¿es que un virus tenía que llevar el mensaje a los políticos de que nos estaban llevando al caos?
Qué bochorno, qué bochorno de todos, pero especialmente de los mandatarios.
Ojalá y hayamos entendido de una vez por todas esta lección, de las muchas que nos deja el coronavirus. Ojalá de verdad; aunque no sé, no las tengo todas conmigo.