Erik Terrible Morales no quiere verse en un espejo que devuelva la imagen de un boxeador atrapado en el pasado. Como espejo de feria que refleja una imagen distorsionada, le repele la idea de verse como esos viejos peleadores de narices aplastadas, con manos lastimadas como garfios con las que se aferran a una época que ya no existe, salvo en la memoria cada vez más borrosa de sus contemporáneos.
“Eso es triste”, dice sin apegos el peleador de Tijuana, quien nació en 1976 y fue campeón del mundo en cuatro divisiones distintas. “No soy de nostalgias. No quiero que mi cabeza esté atrapada en el pasado. Trato de pensar sólo en el momento actual, donde hay tanto por hacer que no me alcanza el tiempo para todo. Siempre he pensado que es feo ver a esos boxeadores encadenados a su pasado y sin una vida en el presente. No quiero eso para mí”.
Por esa razón, el Terrible dudó mucho en subirse a la tendencia de los ex boxeadores que regresaron al cuadrilátero para sostener combates de exhibición. Algunas peleas imposibles entre rivales que no coincidieron ni en tiempo ni espacio. Esas combinaciones han resultado muy atractivas para los aficionados, esos sí muy nostálgicos.
Ahora, el Terrible se subirá al ring el próximo 20 de mayo en Tijuana para una pelea de exhibición contra Julio César Chávez, quien después de volver con este tipo de combates por unos tres años, decidió retirarse por segunda ocasión del boxeo.
La pelea que nunca ocurrió
“Acepté esta vez porque Chávez cumple 60 años y es una pelea que nunca ocurrió, aunque llegamos a coincidir en activo en los años 90, él se iba y yo llegaba”, comenta; “ahora, te voy a confesar que al-go queda de quien fui. Aún hoy no puedo despreciar unos chingadazos y menos con alguien tan grande como Julio César”.
Pero volver porque le falta la adrenalina del combate o porque necesite la atención de la gente, eso no y es muy enfático. De hecho, cuando se retiró resopló con cierto alivio, pues podría vivir sin la presión constante de las dietas, de los entrenamientos agotadores, las desmañanadas y la renuncia a casi toda forma de placer.
Hace una década que se despidió tras ser noqueado por Danny García. Esa noche se quedó unos minutos sentado en su banquito en la esquina del ring. Ese donde los boxeadores se ven tan solos y frágiles como pajarillos malheridos. Apenas se recuperó del golpe, se levantó y dio un discurso sobre la dignidad del guerrero. Agradeció a la gente por tantos años de compañía y reconoció ante la multitud que ya no tenía nada más que hacer en el boxeo.
“Siempre que dejas algo, hay un duelo, pero cómo lo vas a vivir, si lo sufres demasiado o no, eso dependerá mucho de cómo te hayas preparado y de tu personalidad. O sea, es bonito ser querido por las multitudes, a quién no le gusta ser el centro de atención, pero ya. Se acabó y había que vivir de otra manera. Así es siempre”, expresa como una naturalidad como si hablara de otra persona y quizás así sea.
Al día siguiente de esa pelea en la que se despidió, cuenta a La Jornada, fue directo a su ofici-na doméstica que en esos años atendía su madre. Le dio las gracias por todo lo que hizo y empezó a ocuparse de todo lo que había dejado pendiente por las exigencias del boxeo.
“Mi mamá ya me había mencionado antes que era tiempo de dejar el boxeo y ocuparme de mis asuntos. Como si me dijera, no te hagas güey, ya deja las peleas y hazte cargo”, recuerda.
Si algunos pensionados viven con temor del día cero, ese donde se buscan actividades para ocupar el tiempo que antes se dedicaba al trabajo, Morales lo vivió con mucha tranquilidad. Era como si se hubiera entrenado para el día que dejaría de levantarse a correr y ya no se preocuparía por ganar gramos en la báscula
“Me fui del pugilismo en 2007 y regresé en 2010. Digamos que había experimentado una vida sin boxeo, normal, por llamarla de algún modo. Y me gustó, porque sabía que había otro mundo diferente al que conocía a diario. Volví para conseguir algunas cosas que todavía podía, como ganar un cuarto campeonato del mundo en otra división y también sabía cuántas peleas más quería hacer. Tuve claro cuándo tenía que marcharme, en el instante que sentí que ya no tenía nada más que ofrecer en el boxeo dije adiós y punto.”
Era de esperar, después del retiro el Terrible ganó peso y aquel rostro anguloso y de mirada fiera, cobró la forma de alguien un tanto bonachón, siempre sonriente. Pero ese aún era Erik Morales, el guerrero que peleó hasta el último minuto del combate, hasta que un golpe lo mandó a dormir al cosmos durante unos segundos y que más tarde recordó esos segundos como de absoluta placidez. Como si se hubiera ido a un sueño dulce que ocurría muy lejos de la arena donde yacía noqueado.
“Hago cosas que me gustan y hacen sentir vivo”
“Lo que no hice fue quedarme quieto cuando me retiré, así, sin hacer nada”, ataja; “lo peor que puedo hacer es quedarme en casa tumbado en la cama, porque entonces me viene la ansiedad. Creo que eso le pasa a cualquiera. Tengo que hacer algo que me guste y me haga sentir pasión para sentirme vivo”.
Erik afirma que tuvo que reinventarse. Se reconoció después de su etapa de peleador como comentarista de boxeo, con capacidad para expresarse y hacer análisis interesantes de los combates que cubría para una televisora. Y si siempre tuvo una conexión fuerte con su comunidad, dicen que cuando ganaba dinero le gustaba compartirlo con la gente en Tijuana, ahora podía hacerlo de otras formas. Con absoluta discreción, por ejemplo, una vez compró computado-ras para la secundaria pública en la que estudió.
“Me gusta hablar con los jóvenes y si puedo hacer algo por ellos, lo hago con gusto”, señala.
Para el Terrible ahí está la raíz que lo llevó a trabajar como diputado federal, siempre con relación a la salud física y el deporte.
“Creo que lo hice por ese ánimo de estar en contacto con la gente. Hay figuras que se aíslan cuando son demasiado públicas, cada quien, pero yo puedo decir que tengo el placer de caminar solo por mi ciudad y hablar con la gente a ras de la banqueta, como antes y como hoy”, afirma orgulloso.
Asegura que sólo le falta hacer una pelea de exhibición, algo como una cuenta pendiente. Ríe cuan-do escucha si esa deuda por saldar es ante su eterno rival, Marco Antonio Barrera. Un adversario a quien dijo odiar de manera sincera y con quien hoy tiene una relación cordial, aunque no de compadres, aclara.
“Ya no me dan ganas de entrenar ni de subir al ring. Tampoco tengo la paciencia de enseñar a los jóvenes desde cero, porque a mí lo que me gusta es la acción y no me veo sentado en un banquito enseñando a caminar a novatos. Peleo contra Chávez en un mes, pero sí me gustaría cerrar esta etapa contra alguien, está pendiente y luego diré definitivamente adiós”, remata con una carcajada maliciosa. La Jornada/Juan Manuel Vázquez Foto cortesía CMB