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viernes 22 noviembre 2024

Humanos con caducidad

Juan Villoro

La humanidad se está volviendo cada vez más tonta, según demuestran el éxito internacional de las Kardashian y el éxito nacional de Acapulco Shore.

No se trata de una especulación, sino de un dato científico.

De acuerdo con el “efecto Flynn”, utilizado para medir el nivel colectivo de la inteligencia, la capacidad cognitiva de la especie va en descenso.

Las estadísticas creadas por James Flynn demostraron que el ser humano alcanzó su pináculo de brillantez en los años setenta del siglo pasado. Luego vinieron décadas de relativa estabilidad hasta llegar al declive actual.

La causa es evidente: hemos delegado numerosas funciones en los aparatos, confiando en que se hagan cargo de nuestra memoria e incluso de nuestra toma de decisiones.

Desde hace décadas la literatura ha alertado sobre el peligro de confiar excesivamente en las máquinas. Una vez más, los tecnócratas llegan tarde al mismo resultado.

El caso más reciente es el de Geoffrey Hinton, patriarca de la inteligencia artificial que dimitió a su cargo directivo en Google. A sus 75 años, el pionero en la superación de los robots puso en práctica una escasa virtud humana: el arrepentimiento.

Su actitud es loable pero revela un entorno preocupante. Hinton entendió que sus criaturas aprenden más rápido de lo previsto, asumiendo tareas progresivamente autónomas, y que la empresa que las produce es incapaz de controlarlas.

La inteligencia artificial puede traer extraordinarias aportaciones, siempre y cuando auxilie a una humanidad cansada o por lo menos floja. El problema es que amenaza con sustituirla.

Para como van las cosas, más temprano que tarde la mayoría de nuestros congéneres serán obsoletos. Basta tomar el Metro o entrar a la sala de espera de un dentista para comprobar la enajenación contemporánea: todos miran con arrobo una pantalla que disminuye su capacidad intelectual.

Con cándido optimismo, algunos comentaristas afirman: “No mates al robot, vigila a su amo”. La frase expresa un deseo fácil de compartir, pero la gran pregunta es: ¿hay modo de controlar a los actuales amos del planeta?

La humanidad depende de los arrebatos de un puñado de seres tan poderosos como impulsivos. ¿Se puede moderar a Putin o a Elon Musk? Por lo demás, la dictadura digital ya existe y su mayor triunfo es que parece un beneficio.

Los datos que dejamos en la red son procesados por algoritmos que nos dominan en forma placentera, ofreciendo el producto o el viaje que secretamente deseábamos. El teléfono celular brinda tantas posibilidades que transforma al usuario en su rehén. Cuando te quedas sin batería, dejas de funcionar. Numerosos trámites sólo se resuelven por computadora; tus señas de identidad no son las cejas o la nariz, sino el NIP y el password, y la información que te compete llega en un código QR. La existencia social exige conectividad.

El otro día sorprendí a mi esposa creando una playlist en su celular con canciones que detesta: “No quiero que el algoritmo me conozca”, explicó. Esta defensa de la intimidad tiene un sesgo heroico, pues pone en juego una desigual lucha contra la maquinaria.

Por su parte, Eduardo Caccia, columnista de este diario, tuvo la amabilidad de enviarme una reseña sobre mis libros elaborada por el programa de inteligencia artificial ChatGPT. El texto tenía un tono neutro y bien informado, todavía atribuible a un aparato; muy pronto, ese programa ofrecerá una escritura “personal”.

En Venezuela y China la televisión ya se ha servido de avatares digitales de perturbador aspecto humano y The Guardian y Los Angeles Times han publicado muestras de periodismo robot. Si la pandemia hizo que nuestra presencia fuera opcional, la inteligencia artificial anuncia que quizá sea prescindible.

No hay modo de detener esta dinámica porque contribuye a la venta de mercancías y la más redituable somos nosotros mismos. Todo indica que la humanidad que conocimos tiene fecha de caducidad. ¿El pensamiento libre sobrevivirá al tecnopolio?

Es posible que los disidentes que se atrevan a pensar por cuenta propia no desaparezcan del todo, pero no podemos descartar que la inteligencia artificial también aprenda a simular la rebeldía.

Tengo la ilusión de que este artículo parezca escrito por una persona, aunque quizá estas líneas anuncien la próxima etapa de la escritura. Quizá lo humano no sea otra cosa que un anticipo de lo posthumano.      Reforma

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