- El periodista y escritor Hermann Bellinghausen ha sido promotor de la recuperación de poesía indígena que sólo existía de forma oral
Ciudad de México
El mejor antídoto contra la desvergüenza y el autoritarismo que todavía enfrentan los pueblos indígenas en México es la palabra, la voz poética, “el cantar paciente, antiguo y bien moderno, diferente y nuestro de las lenguas mexicanas”.
Esa es la idea que impulsa la publicación de la antología Insurrección de las palabras: Poetas contemporáneos en lenguas mexicanas, que incluye a 132 autores y poemas en 45 idiomas originarios. Publicado por el Fondo de Cultura Económica y editorial Ítaca, el libro es el resultado de dos décadas de trabajo.
Así lo explica el periodista Hermann Bellinghausen, quien seleccionó los textos, “todos ellos escritos en el siglo XXI”. El director del suplemento Ojarasca, que se publica mensualmente en este diario, es también autor del prólogo que acompaña esta obra que luce ya como un parteaguas en el mundo literario nacional porque muestra que, cinco siglos después de que las palabras que antecedieron al castellano fueron “suprimidas” por la Conquista, siguen vivas, irreductibles.
En entrevista con La Jornada, Bellinghaussen recuerda que en 1989, cuando comenzó a editar Ojarasca –dedicado a difundir asuntos indígenas y de todas las culturas originarias del país desde el punto de vista periodístico, no antropológico–, “no existía una escritura indígena identificable. Por supuesto, había algunos autores, una tradición juchiteca en el Istmo con el zapoteco, otra con el náhuatl alimentada por los mexicanistas, y estaban los mayas, con las lenguas que siempre se escribieron desde la Colonia.
“Pero aunque nosotros teníamos ganas de dar a conocer textos en otras lenguas, lo que había era tradición oral, canciones y transcripciones, algo mínimo. Fue a partir del año 2000 cuando comenzó a generalizarse la decisión de escribir en lenguas y por donde más avanzó fue en la poesía.
“Entonces, es un fenómeno nuevo que se trata, fundamentalmente, del despertar de los pueblos. También pasaron ciertas cosas que favorecieron esta producción literaria: una de ellas tiene que ver con la tecnología, con las computadoras, pero también el trabajo acumulado de los lingüistas, a pesar de la educación bilingüe tan viciada que hay en México.
“De pronto, los pueblos tuvieron los instrumentos para escribir sus lenguas de manera sensata. Incluso, hoy muchos están viendo cómo se escriben sus idiomas, porque uno de los graves problemas es que el alfabeto castellano es muy limitado en relación con los sonidos de las distintas lenguas.
“Uno de los casos más ilustrativos es el de la lengua mazateca de Oaxaca, que es milenaria y comenzó a transcribirse en el siglo XX, sobre todo a partir de los cantos de María Sabina, que resultaron en sí mismos una obra poética, incluidos en este libro. Ella no sabía leer ni escribir, incluso las primeras traducciones de sus cantos fueron al alemán y de ahí al español. Hasta que apareció Álvaro Estrada, un muchacho mazateco, quien se volvió biógrafo y traductor de María Sabina, lo cual dio pie a la aparición de otros poetas, como Juan Grego-rio Regino.”
El periodista celebra la cosecha que hizo Ojarasca de esa literatura indígena cada vez más abundante, que no pretende establecer un canon, puntualiza, sino una suerte de mapa, porque esa ebullición se dio al margen de la cultura dominante “que a la fecha sigue sin reconocerlos. Se sigue pensando: ‘eso no es poesía’, ‘no es literatura, es folclor’. No lo dicen porque es políticamente incorrecto, pero lo actúan”.
Luego de tres intentos por conformar esta antología, por fin salió a la luz este corte de caja, “pues la producción literaria sigue, es ya un fenómeno histórico en México, no hay otro igual en el continente”, continúa Bellinghausen, quien destaca que la gran novedad del libro es el índice de las 45 lenguas y sus variantes que presenta el nombre indígena, por ejemplo: mixe o ayuujk, otomí o hñähñu, huasteco o tenek, tlapaneco o mè’phàà, totonaco o tutunakú, mixteco o tu’un savi.
“Por supuesto, todo esto no sucede de la nada, hay muchas afluentes y maestros que dejaron huella, como Carlos Montemayor, quien tuvo una gran influencia en la península de Yucatán, en Chiapas y en procesos diferentes en Oaxaca, porque reunió a autores y los coordinó para involucrarlos con sus propias lenguas. Sobre todo les dijo: ‘su lengua vale tanto como la de Homero o el inglés de Shakespeare’, y los convenció de ello.”
En general, añadió Bellinghausen, la antología es también “una lucha por la identidad de los propios autores, pues hay dos o tres casos que cambiaron a su nombre indígena a pesar de tener apellidos occidentales. En Ojarasca fuimos un poco testigos de esa evolución, que eso sucedió porque abrimos la ventana para que entraran todos, y aquí están”.
Ti xabú
Naya’, neza biga’ rendani ti lari quichi’ cayapani chonna guie’xiña’rini
Xti chú nayaca cayua’ ti xabú canda’ naxhi guie’ riele’ ndaani’ nisa
Lu gueela nanda’di’ zadxalu’ nisaluna
Cabeza’ lii guxhalelu’ lidxilu’, guinaazelu’ ca guie’ di’, guicaalu’ naxhi xticani ne cuidxilu’ naa gaze nia’ lii
Ra ma’ cayaba nisa luguialu’ naa zutiide’ xabuca chahuidugá guidabi ladilu’, guichaiquelu’…
qui ziuu guendariuba en guendarini’.
El jabón
Mi mano izquierda envuelta con guantes blancos guarda tres flores rojas.
Mi mano derecha sostiene un jabón perfumado con lirios.
Esta noche candorosa te inundarás de sudor.
Espero que me abras la puerta, recibas las flores, respires su aroma y me invites a bañarte.
Mientras el agua recorre tu cuerpo yo deslizaré el jabón suave por tu piel, cabellos… sin prisa y en silencio.
Poema de Francisco de la Cruz en diidxazá, zapoteco del Istmo
La Jornada/Mónica Mateos-Vega Foto: José Carlo González