- El grupo llenó el recinto con gloriosas capas de sonido Los músicos alemanes ofrecieron un espectáculo impecable que empezó con Numbers/ Computer Love // Abarcó el periodo entre Autobahn y Electric café
Kraftwerk se presentó en el Pepsi Center del WTC. Con un show audiovisual impecable y entradas agotadas, los robots alemanes demostraron su condición inoxidable, liderados por Ralf Hütter, el único miembro original que permanece en sus filas.
“¿Viste hijo, tú me preguntabas, a quién le gusta Kraftwerk? A este güey, y aquí está lleno de gente, nosotros nomás porque vivimos en Querétaro”. Este diálogo entre padre e hijo se desarrolló a dos minutos de comenzar el espectáculo; el papá es instructor de artes marciales y llevaba su bandana en la cabeza, el hijo estaba caracterizado como el protagonista de The Wall y compró las entradas. Un poco más atrás, una pareja lucía la rigurosa camisa roja con corbata negra de la portada de Die Mensch-Maschine, estaba tan contenta que la imagen se clavó en la retina: eran la contracara de esa portada histórica, con la que el grupo serio, pálido y delgadísimo, se clavó en la iconografía visual de la cultura popular.
Cuando terminó la música introductoria a volumen bajo y sonó el comienzo de Numbers / Computer Love, quedó claro que no hay conciertos de Kraftwerk malos ni muchos notablemente superiores, más bien son el estándar de una consistencia visual y sónica en su estilo.
Sigue deleitando los oídos
Con un set mayormente basado en el periodo entre los discos Autobahn (1974) y Electric café (1986), Kraftwerk sigue deleitando los oídos en 2023, junto a su visión futura de un pasado que se antoja remoto.
Si alguna vez se repite su visita, es importante recordar que el mejor lugar para disfrutar de esa mezcla milimétrica de audio es el centro del recinto, no hay necesidad de estar cerca del escenario para apreciar los leves movimientos de rodilla de los integrantes, bajo las impolutas y equidistantes mesas de trabajo.
Pasaron las canciones, o mejor dicho en el caso de este grupo los números: en The Model la pantalla mostraba en blanco y negro una atracción fatal por las antiguas divas de la pantalla grande, una oda a la estimulación visual: los robots seducidos por la maquinaria del cine. Radioactivity, el tema del disco de 1975, llenó el recinto con gloriosas capas de sonido, desde el fondo también se escuchaba perfectamente, pocos espectáculos parecen afirmarse en la desintegración nuclear, tal vez lo más comparable sería un recital de heavy metal extremo, en el que nombrar las atrocidades de la industrialización moderna funciona como catarsis colectiva.
Queda claro: para una buena parte de la audiencia se trata de celebrar el soundtrack de nuestras vidas. En muchos casos esto no tiene que ver con encontrarse en una calle oscura de la Ciudad de México e imaginarse que estamos en Berlín, sino más bien de toparse en esa otredad que puede significar el grupo, un sonido y una forma de verse diferente a la de amigos y familiares. Lo “otro” es también las ediciones nacionales en vinylo con el nombre del disco en español; por ejemplo, El baile de la escoba. No estamos perdidos en la traducción, sino que nos hemos encontrado. Divergencia
Escuchar a Kraftwerk significa también la divergencia, tomando la cultura androginia, homosexualidad, transexualidad y sexo clandestino en salones oscuros. No sólo eso, también fue revindicado por la cultura hip-hop, sampleado por el diyéi Grandmaster Flash que unió a blancos y negros en la misma pista de baile, mientras cambiaba el paradigma de lo que se podía hacer con dos tornamesas y un mixer, un hecho profetizado en una sola frase por el líder de Parliament Funkadelic, George Clinton, que reclamó: “Una nación bajo el mismo groove”. ¿Representantes del sexo interracial y fluido?, los integrantes de Kraftwerk son los únicos androides que pueden colgarse esa medalla.
Cuando las imágenes mostraban a escuálidos ciclistas pedaleando entre la niebla, significa que están tocando Tour de France, un 12 pulgadas editado en 1983, es uno de los pocos momentos en que el concierto aludió más al hombre que a la máquina, aunque la empatía de los teutones esté centrada en la capacidad física, en el pedaleo repetitivo y constante. En la pantalla los competidores seguían avanzando entre caminos sinuosos, con sus espaldas encorvadas. Que fuera un instante dedicado a la mecánica humana no es un dato menor: hablamos de gente que dedicó una canción al contador Geiger, un medidor de radiación portátil, y otra a la calculadora de bolsillo.
Lectura artística de la civilización
Desde Hiroshima hasta Liechtenstein, Kraftwerk es una lectura artística de la civilización: puede criticar la soledad de consumo con humor seco, pero también ser el mejor agente de difusión de los avances tecnológicos y de transporte. Si los extraterrestres aterrizaran en nuestro planeta hoy, sería conveniente mostrar las autopistas y los trenes bajo el idealismo desarrollista del grupo de Dusseldorf. De hecho, las visuales mostraron un ovni sobrevolando el Eje Central a la altura del Palacio de Bellas Artes, a tan sólo unas cuadras del Salón Los Ángeles.
Volviendo al sentido del humor, puede decirse que es el elemento más ausente entre los miles de herederos de Kraftwerk, que en 1977 se burlaron del voyeurismo de las discotecas en Showroom Dummies: “Estamos siendo vistos / y no sentimos nuestro pulso / somos los maniquíes de exposición”.
Llegó el momento de los bises y todo terminó con Music non Stop. El espectáculo ha sido puro caramelo para las retinas, en la era de Instagram, la mayoría del espectáculo será una posta de los que estuvieron para los que no pudieron asistir.
A finales de los 70 cuando aconteció una renovación en el rock que separó generacionalmente los estilos, los Kraftwerk siempre quedaron del lado de lo moderno, los nuevos grupos incorporaron sus elementos y nunca fue mal visto citarlos como una influencia, que es la historia del tecno en sí misma. Si parte del material que constituye la historia de la música es la edificación de una leyenda, entonces fueron autómatas sensibles, constructores de una matrix irreproducible, hambrienta de señales eléctricas, un mundo en el que habitamos. La Jornada/Hernán Muleiro-Especial Fotos Ocesa / Liliana Estrada