- Alaíde Ventura también es autora de ‘Entre los rotos’, Premio Mauricio Achar Literatura Random House 2019
La novela Autofagia, de la escritora Alaíde Ventura Medina (Xalapa, 1985), propone una lectura con todo el cuerpo, con el propósito de que quien la lea perciba la incomodidad de lo que estoy planteando en esta narración dura, con imágenes muy sórdidas que no se pueden simplemente pasar.
El libro, editado por Random House, trata del cuerpo y requiere el cuerpo lector, dijo la autora a La Jornada, y rechazó que pueda hacerse una lectura de vistazo, pues así no se cacha. Mi deseo era un reto.
La autora presentó este jueves su obra, acompañada por las escritoras Fernanda Melchor y Karina Sosa, en La Increíble Librería. El 29 de noviembre será comentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Ventura Medina refirió que este relato se enlaza con Entre los rotos, por el que obtuvo el Premio Mauricio Achar Literatura Random House 2019 y en el que la escritora “quería hacer algo distinto; estaba en primera persona con una voz muy cercana a la mía, que mucha gente confundió con testimonial, o sea, pensaban que era autobiográfica. Ahora intenté ir más hacia la ficción, en tercera persona.
Me interesaba escribir una novela en espiral, que fuera tal cual un río, removiendo todo. Comienza con algo muy sencillo que puede ser una chica esperando a su pareja y luego esto conlleva a relaciones de poder, de clase, a recuerdos pasados, violencias, deforestación, etcétera, hasta llegar a revolverlo todo.
La escritora mencionó el fenómeno de la autofagia en que un organismo en ayuno consume los sobrantes almacenados, y lo extendió como metáfora: comer tu propia historia, editarte, hacerte una versión tuya, moldearte; así como la autofagia de la especie humana y de la pareja. Los personajes son una pareja que se come a sí misma; o sea, una se come a la otra. Hay un ejercicio de poder también; aunado a la autofagia de la industria que fagocita el río, el ecosistema, el mundo… Todo comiéndose a sí mismo, en varios niveles.
La novelista reconoció que su texto incluye “un montón de cosas de mi vida, cosas que conozco y he investigado. No me estoy inventando nada, pero es una ficción. Estamos viendo a la protagonista. No se vale que ahora me digan: ‘eres tú’. Quise escribir una novela más complicada, un reto de lectura más intenso. No es una novela que puedas leer en una sentada, como Entre los rotos, en la que sí quería dar un navajazo: entrar y salir”.
La narradora se dijo obsesionada por la memoria en términos de los recuerdos y cómo accedemos a ellos, que no funcionan a voluntad, sino con el cuerpo, pues un cuerpo subalimentado y con insomnio tiene pocos recursos energéticos y materiales para tener control. Entonces las rumiaciones, las tendencias a la obsesión, están potenciadas.
Reseñó que su protagonista está fijada en un recuerdo específico: el de Ana, su pareja, pero en realidad eso es como una lámpara que alumbra muy fuerte y de ahí se clava, está como ideada, pero alrededor hay muchos otros que comienzan a colgarse.
Sobre la forma de narrar en una especie de fragmentos, explicó que éstos permiten que la memoria tenga detonadores que se enlazan en sensaciones y a veces un recuerdo se engarza con otros, ya ni siquiera dependiendo del entorno real, ni en campos semánticos, porque a veces no tienen sentido, simplemente son detonadores perceptuales.
Fragmentación y aturdimiento
Así describe cómo una cosa me recuerda otra cosa que me recuerda otra cosa. Y se desbordan. El fragmento me ayuda a dar esa sensación de aturdimiento, porque uno no recuerda lo que quiere. Ojalá fuera una película que ponemos y nos sentamos a ver. Es como la televisión abierta, desordenada, que te pone lo que quiere y tú no deseas ver esos anuncios y ahí están, y se te quedan incrustados.
Hizo la comparación con los pescaditos de oro en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que el protagonista hace y rehace eternamente: eso es la rumia. Estoy tan familiarizada con pensamientos obsesivos y picos de ansiedad en los que te clavas en una idea y no se te quita de la cabeza, a pesar de lo que intentes. De eso se trata la novela: no hay escape al cuerpo, a las necesidades de la química que corre por él.
Agregó: somos muy cartesianos, muy de la mente, las ideas y creer que eso es lo que nos hace humanos; queremos tener nuestro cerebro en un frasco y seguir siendo la persona. No. La persona es el cuerpo. Esto que estamos viviendo ahorita, y eso quedó muy claro en la pandemia, que hay algo que es más que las palabras que estamos intercambiando, o sea, la proxémica, lo material de los humanos.
Sostuvo que su personaje comparte la creencia de que la mente y el cuerpo son cosas distintas, pero en realidad, si no comes, pagas; si no duermes, pagas. Si tienes bien poco material para la subsistencia tiendes a esto, o sea, ella dice que los días se le vuelven chiquitos y es porque está en un estado hiperalerta con una ansiedad tremenda. Pobre.
Reconoció ese estado luego de la pandemia, pues opinó que nuestros cerebros funcionan distinto. Dos años sin contacto humano y con este estado de alerta permanente nos generó un estrés que ya no nos quitamos. Envejecimos, nos volvimos obsesivos, neuróticos, mechacorta.
Alaíde Ventura recordó que en la emergencia sanitaria sufrió “insomnio crónico durante meses, poscovid, picos de ansiedad brutales. Pienso que es por el estado de hiperalerta. Siempre tuve tendencias depresivas y en Entre los rotos quedaron claras: es un libro muy triste que va hacia el abismo, hacia abajo. En la pandemia me fui para arriba, a la hipomanía. Ahora no he vuelto a la depresión porque me la he pasado arriba y conozco mucha gente así, acelerada. Como dice El Buki: ‘el ritmo de la vida me parece mal’”.
La Jornada/Reyes Martínez Torrijos Foto: José Antonio López