EL PAÍS/Montserrat Domínguez
Sostiene Bill Gates que los efectos del cambio climático serán mucho peores que los de la pandemia si no conseguimos reducir a cero las emisiones de efecto invernadero para el año 2050. Sabe que es una misión titánica, pero no la cree imposible si los mercados, la tecnología y la política se alinean con el mismo fin. Él aporta su plan, que desgrana en su nuevo libro, Cómo evitar un desastre climático (Plaza & Janés), en el que descarta dedicar esfuerzos a mitigar los efectos del calentamiento del planeta porque, sencillamente, ya es demasiado tarde. Recién vacunado contra la covid, el filántropo y fundador de Microsoft charla sobre la pandemia presente y las que llegarán, el auge de los movimientos antivacunas y negacionistas en las redes sociales, y sus esperanzas en la nueva Administración de Biden. Es una entrevista, como tantas cosas en estos tiempos, virtual.
Hace justo un año que el virus de Wuhan empezó su rápida expansión por el mundo. El coste en vidas humanas y el destrozo económico es inmenso, pero ya tenemos varias vacunas para combatirlo. ¿Se atreve a vaticinar dónde estaremos dentro de un año?
Habremos superado en gran medida los efectos más dramáticos de la pandemia, aunque es posible que el virus siga circulando por algún lugar del mundo. La cuestión ahora es si seremos capaces de reducir la cifra [de contagios] a cero, o si se convertirá en una enfermedad endémica y tendremos que seguir vacunando a un nivel más o menos alto de manera continuada. No lo sabemos aún. Lo ideal sería lograr que el virus no se contagie entre humanos. Por lo demás, las tiendas volverán a abrir, regresarán los eventos públicos, siempre y cuando al menos un 70% de la población esté vacunada. Pero sí, este próximo verano las cosas volverán en gran medida a la normalidad. Y en 2022, países como España o Estados Unidos la habrán recuperado casi totalmente y se podrán celebrar grandes actos públicos.
¿Hasta qué punto le preocupan las nuevas variantes o mutaciones de la covid y en qué medida pueden alterar su pronóstico?
A medida que surjan nuevas variantes es posible que tengamos que modificar las vacunas para lograr una mayor eficacia. Lo que hace la variante es reducir significativamente la efectividad de los anticuerpos monoclonales, en los que confiábamos para reducir la tasa de mortalidad en paralelo al avance de las campañas de vacunación. Desgraciadamente, esa herramienta terapéutica no será tan valiosa como se esperaba. Sin embargo, las vacunas de las que disponemos, como la de Pfizer y la de Moderna, son tan poderosas que sus efectos son muy eficaces. Todavía no estamos muy seguros de que sea necesario modificarlas, pero lo estamos investigando por si acaso. Nos llevaría unos tres meses realizar las pruebas de seguridad y fabricarlas.
¿Se ha vacunado ya?
Sí, me inyectaron la primera dosis de la vacuna de Moderna hace unos días en California, donde ya se inmuniza a mayores de 65 años.
La Fundación Gates ha invertido 1.750 millones de dólares en investigación y suministros médicos contra la covid. ¿Cuál es ahora su prioridad: más inversión, investigación, mejor distribución?
Las vacunas de Pfizer y Moderna están basadas en el ARN mensajero [ARNm] y contienen una nanopartícula lipídica cuya producción es muy costosa. Fabricarlas en grandes cantidades es más difícil y no son termoestables. Con una mayor inversión en I+D a lo largo de los próximos cinco años seremos capaces de resolver todos los problemas que nos plantea el ARNm. Las vacunas de AstraZeneca, Johnson & Johnson y Novavax son más clásicas. La fundación está creando alianzas con laboratorios y con varias empresas de la India para producirlas en grandes fábricas de ese país. La mayoría de la gente no es consciente de que las empresas de vacunas indias son cinco veces más grandes que las occidentales, porque es de ahí de donde salen prácticamente todas las vacunas que van a las naciones en desarrollo. Estamos intentando aprovechar ese potencial y reducir los tiempos de inmunización entre los países occidentales y en desarrollo. Ahora mismo la diferencia es enorme. Los países occidentales disponen de muchas más dosis que los de ingresos medios como Brasil o Sudáfrica, donde, pese a estar padeciendo más los estragos de la pandemia, las vacunas llegan más lentamente.
La covid nos enseña que nadie estará a salvo hasta que todo el mundo lo esté, al menos hasta alcanzar ese 70% de población inmunizada. Llegar ahí implica una colaboración internacional sin precedentes. ¿Podría ser que esta pandemia nos haya hecho entender mejor qué significa actuar de manera global, ante otros retos también mundiales como el cambio climático?
La cooperación global es necesaria. Este esfuerzo general por compartir información es de una importancia vital porque se trata de una lucha entre la humanidad y el virus, y ningún país puede aislarse. No todo ha funcionado bien, pero hemos aprendido muchas cosas que nos permitirán estar más preparados para la siguiente pandemia, que si está bien gestionada no llegará al 10% de las muertes y el daño económico será menor del que estamos sufriendo ahora. Es una pena que no se hiciera caso de las alertas. Mi charla TED de 2015 era una de ellas. Creo que por eso ahora los ciudadanos esperan que los Gobiernos trabajen mano a mano con expertos y que escuchen sus consejos para poder estar más preparados en el futuro.
“LA SIGUIENTE PANDEMIA, SI ESTÁ BIEN GESTIONADA, NO LLEGARÁ AL 10% DE LAS MUERTES”
El cambio climático es más difícil de resolver que una pandemia, pero, si no lo hacemos, los efectos negativos serán mucho peores. Me alegra que el interés por el cambio climático no haya decaído, como sí sucedió durante la última crisis financiera porque se consideraba un problema a largo plazo. El plan de recuperación de la Unión Europea va a dedicar un 35% de sus fondos al cambio climático. En la Fundación Gates hemos creado grupos de trabajo con Europa y con España para buscar soluciones: ¿Qué hacemos con el hidrógeno verde? ¿Empleamos parte de esos fondos para reducir sus sobrecostes (la prima verde) frente al hidrógeno normal? De esa manera, la opción ecológica se extendería con más facilidad. Y en Estados Unidos, gracias a la elección de Biden, veremos un periodo mucho más esperanzador para el clima, pese a que tardaremos unos años en salir del hoyo en el que estamos debido a la pandemia.
En su libro confiesa un cierto sentido de culpabilidad: es un hombre rico, con grandes propiedades, que vuela en avión privado, y por tanto su huella de carbono es enorme, aunque asegura que hace lo posible para reducirla. ¿Es el cambio climático un problema exclusivo de los países ricos, puesto que somos los que lo hemos generado?
Las emisiones de carbono están aumentando y en el futuro emanarán sobre todo de los servicios básicos de muchos países en desarrollo: del aire acondicionado, de la construcción, de tener luz. Se habla mucho de reducir el consumo de electricidad, pero esa no es la vía adecuada para bajar las emisiones a cero. Puede resultar útil, pero la única manera de lograr esa meta no es conducir menos, sino conducir un coche de cero emisiones. En las naciones pobres, el combustible de aviación, el acero y el cemento siguen siendo necesarios para que crezcan sus economías, y sustituirlos no es posible si supone un gran aumento de precio. Creo que es necesario innovar para disminuir las primas verdes y que los países pobres puedan pagarlas. Es posible que tengamos que subvencionar parte de esas primas. Pongamos que gracias a la innovación logramos reducirlas en un 95%. En ese caso, los Estados de ingresos medios y los ricos pagarían el 5% restante. A los muy pobres, muchos de los cuales se encuentran en África, podríamos ayudarlos con subsidios procedentes de la cooperación internacional. La contribución que recibe África no es tan alta como debiera: la población está aumentando, hay mucha inestabilidad y el cambio climático no va a hacer más que agravarla. Los países más pobres no deberían cargar con tanto peso porque, además, son los que más acusan el cambio climático. La persona que se encuentra en peor situación es un agricultor que viva cerca del ecuador, donde las olas de calor son intensas y arruinan las cosechas a menudo, y donde abundan las inundaciones y las sequías. Resulta irónico que quienes menos han contribuido a causar el problema sean los que más van a sufrirlo.
En España hemos comprobado cómo la apuesta solar y eólica está funcionando y con costes competitivos. Usted es un gran defensor de las energías verdes, pero también de la nuclear. En 2006 creó TerraPower para desarrollar una central nuclear de cuarta generación, aunque reconoce que la opinión pública es muy reticente a construir nuevas plantas. ¿Cree que la energía nuclear tiene recorrido en nuestro futuro energético?
Algo que no se quiere reconocer es que en un futuro vamos a necesitar generar 2,5 veces más electricidad de la que usamos actualmente para calentar edificios, mover vehículos y alimentar procesos industriales. Tiene razón cuando dice que los precios de las energías solar y eólica han bajado, incluso está empezando a reducirse el de la energía eólica marina, lo cual es un milagro, es fantástico. Pero nos queda aún un problema importante por resolver, y es que estas fuentes de energía son intermitentes. Es decir, si las condiciones meteorológicas son las adecuadas durante semanas, bien; pero si llega una ola de frío potente, habrá grandes áreas que no podrán beneficiarse de ese tipo de energías. Para aumentar su fiabilidad, es necesario crear un almacenamiento energético a gran escala conectado a la red, lo cual es mucho más difícil que fabricar la batería de un coche. Otro enfoque consiste en disponer de un sistema que genere energía constante durante las 24 horas del día, que es lo que hacen la fisión o la fusión nuclear. Pero en ningún momento estoy abogando por un uso exclusivo de la energía nuclear; lo que quiero decir es que la gente debería tener una mente más abierta con vistas a la cuarta generación de reactores nucleares que aparecerán de aquí a cinco o seis años, ya sean los que estamos creando en TerraPower u otros. La energía que producirán es barata y segura. La gente debería tener una mente más abierta porque, además, es el tipo de energía más seguro: causa un número de muertes o de heridos mucho menor que los ocasionados por la minería y los gasoductos. Pero entiendo que la energía nuclear actual, tal y como está planteada, no va a lograr la aceptación del público, así que he tirado la toalla al respecto.
“EN UN FUTURO VAMOS A NECESITAR GENERAR 2,5 VECES MÁS ELECTRICIDAD DE LA QUE USAMOS ACTUALMENTE”
¿En serio ha tirado la toalla?
Sí, en cuanto a la energía nuclear tal y como funciona hoy. TerraPower está trabajando en un modelo que no ejerce presión en el reactor y que no genera calor. Es muy diferente. No precisa operarios humanos. Si logramos el milagro de poder almacenar la energía, no serán necesarias ni la fusión ni la fisión nuclear, pero no está muy claro que lo vayamos a conseguir, aunque hay varias empresas muy ambiciosas que están invirtiendo en esta tecnología. TerraPower ha recibido fondos federales para la construcción de una planta modelo en los próximos cinco años. Si conseguimos que funcione y recibe la aprobación de la Comisión Reguladora Nuclear de Estados Unidos, que es la mejor del mundo, solo entonces iremos a otros países para plantearles su uso, aunque debo admitir que, por muy segura que sea, el reto será convencer al público de sus ventajas.
El presidente Biden se ha estrenado aprobando una orden ejecutiva para que Estados Unidos vuelva al Acuerdo de París. ¿Qué otras medidas espera del nuevo Gobierno como señal de su compromiso para abordar el cambio climático?
En primer lugar, necesitamos un aumento extraordinario de la inversión en I+D, de al menos 20.000 millones de dólares, y eso solo en Estados Unidos. También son necesarias políticas que promuevan el uso de productos verdes, aunque se encuentren en fases iniciales y por muy altas que sean las primas. Podría ser el caso de las industrias del acero y del cemento, para que culminen su transición ecológica. En EE UU se ha impulsado la expansión de las energías solar y eólica a través de bonificaciones fiscales y ahora que los precios han bajado podríamos usar esos créditos para el desarrollo de tecnologías de almacenamiento de energía o de combustible de aviación verde. Aun así, sería necesario duplicar o triplicar esos incentivos y crear políticas que aceleren su implantación porque 30 años no es un periodo de tiempo muy largo para cambiar todo el sistema de generación de electricidad y producción de acero y de cemento. Espero que se puedan adoptar políticas en esta dirección y que permanezcan vigentes durante este periodo de 30 años, en lugar de desaparecer a merced de los vientos políticos. Debería abrirse una vía bipartidista al menos para los aspectos clave, como la inversión en I+D, que será fundamental.
¿Le preocupa la falta de mujeres en carreras científicas, ingenierías y computación? Son las profesiones realmente fundamentales para llevar a cabo la transformación verde que usted defiende.
La Fundación Gates, y en particular mi esposa, está muy comprometida con todo lo relativo a los problemas de género. Las mujeres en los países pobres, en la medida en que son las que paren y cuidan a los hijos, soportan cosas mucho peores que los hombres. Hay un dicho que dice que la pobreza es sexista, lo que no significa que el problema desaparezca en los lugares ricos, pero en los pobres es mucho peor. Pero, en general, falta talento en estos campos. Incluso en las mejores universidades, como por ejemplo el MIT, la cantidad de cociente intelectual que se invierte en innovar en la industria es muy reducida. Ahora que hay muchos más universitarios en el mundo necesitamos mucho talento en estos sectores, que sean atractivos para que los más listos se dediquen a ello en vez de hacer carrera financiera en Wall Street.
Al auge de los negacionistas del cambio climático se ha sumado últimamente multitud de teorías conspiratorias sobre el origen de la covid y de las vacunas que le ponen a usted directamente en el centro de la diana, como la mente detrás de un plan para controlar el mundo…
La pandemia ha generado un nivel de debate y de teorías conspirativas que jamás hubiera imaginado. El doctor Fauci y yo protagonizamos teorías que sugieren que, en lugar de intentar salvar vidas, estamos haciendo lo contrario; o que, en lugar de donar dinero, buscamos hacer negocio. El problema se vuelve muy serio si eso hace que la gente crea que llevar una mascarilla o ponerse una vacuna no es importante. Hemos vivido una situación tan difícil que las personas buscaban respuestas simplistas, tipo: “La culpa es de este señor”. No es tan sorprendente, pero lo que no supe anticipar es cómo los canales digitales iban a favorecer que se enviaran millones de mensajes sobre estos temas todos los días. Espero que la cosa amaine. En cuanto al cambio climático, en EE UU es un tema un poco partidista, aunque mantengo contacto con algunos republicanos que muestran preocupación y quieren hacer algo al respecto, especialmente los más jóvenes. El cambio climático es más complicado que una pandemia. La cantidad de recursos que estamos pidiendo que se prioricen para la causa es muchísimo mayor que los invertidos para conseguir una vacuna. Pero el daño en términos económicos y de vidas humanas es inmensamente superior. ¿Cómo se puede evitar esto? En un escenario ideal, los planes de estudios de las escuelas deben abordar el cambio climático. Por otro lado, cada vez más gente presencia o padece fenómenos meteorológicos extremos, y eso es algo que, por muy trágico que sea, está contribuyendo a un cambio de actitud. Creo que esta es una de las razones por las que el interés hacia el cambio climático es mayor hoy que hace cinco años.
Dice que le gustaría disponer de un invento mágico que pudiera reconducir la conversación hacia un terreno más constructivo y menos polarizado. Los actuales gigantes tecnológicos tienen mucha responsabilidad en este asunto. Quisiera conocer su opinión sobre cómo se podría regular esta conversación global, plagada de noticias falsas. ¿Quién y cómo puede reglamentarlo? ¿Podemos confiar en una autorregulación?
Algunos países imponen restricciones a la prensa. Estados Unidos es el país más liberal al respecto. Gracias a la primera enmienda de nuestra Constitución, podemos decir y publicar locuras, como negar el Holocausto, y no pasa nada. El entorno digital es igual y además se aprovecha de la debilidad humana. Leemos noticias que nos enfadan y seguimos pinchando en noticias o mensajes que nos crispan aún más, y luego llegan las noticias falsas. Pero ¿cuál es el papel de las redes sociales a la hora de bloquear cierto tipo de discursos? Es un problema muy complicado, especialmente cuando hablamos de buenos o malos políticos. Si empiezas restringiendo ese tipo de discursos, ¿quién terminará juzgando lo que vale y lo que no? Durante la pandemia, las redes sociales han bloqueado noticias falsas generadas por el movimiento antivacunas, algo que he agradecido mucho, al mismo tiempo que respetaban otros debates legítimos sobre sus posibles efectos secundarios, sobre si se han realizado los ensayos necesarios y sobre si deberíamos confiar en ellas o no. Preguntarse esto es legítimo, pero hay muchas mentiras también. Creo que con este tema las redes sociales están adquiriendo algo de práctica a la hora de poner límites. Alguien con mucha inventiva tendrá que ayudarnos a trazar la línea entre la comunicación abierta de la que se benefician las democracias y el hecho de que haya algunas personas que no pueden resistirse a la hora de pinchar en noticias cada vez más descabelladas.
¿Dónde estaba el pasado 6 de enero? ¿Siguió el asalto al Capitolio?
Sí. Cuando era joven, en 1972, trabajé allí como mensajero y conozco el edificio muy bien. El mitin de Trump no lo vi entero pero después me quedé pegado a la televisión durante las siguientes 15 horas hasta que se certificaron todos los votos de la elección de Biden, bien entrada la madrugada. Luego he ido viendo todos esos vídeos que han ido surgiendo, en los que se percibe con mayor claridad cómo la gente invadió el Capitolio y lo mal que se pusieron las cosas. Fue horrible. Estaba enganchado, nunca antes nos había ocurrido algo parecido.
¿Cree que ya se ha superado?
[Pausa] En gran medida, sí. Estados Unidos no es un país que haya vivido muchas insurrecciones, y aunque tras el 6 de enero se tomaron medidas extremas de precaución en varias capitales y en Washington DC y se convocó a la Guardia Nacional, lo cierto es que no ha habido mucho más. Por un lado, puede decirse que nuestra democracia está en buena forma, pero tampoco esperábamos toda aquella violencia del 6 de enero. Veo el vaso medio lleno. La verdad es que no sabemos si Donald Trump ha sido algo único en nuestra historia o si ha sido un precursor de lo que está por llegar.
Esta pandemia nos ha obligado a enfrentarnos a nuestros miedos: a la muerte, a la enfermedad — nuestra o de nuestros seres queridos— , a convivir con la incertidumbre sobre nuestro trabajo, sobre nuestro futuro. ¿Cómo le ha afectado a usted personalmente?
La pandemia hace que todas las desigualdades empeoren. Las minorías étnicas sufren más económicamente, también enferman y mueren más. Incluso en el continente africano, donde el coronavirus no ha sido tan letal salvo en Sudáfrica, la deuda y los ingresos y la confianza en los Gobiernos tardarán al menos cinco años en recuperar los niveles anteriores. A veces me siento culpable porque el impacto en mi vida ha sido mucho menos negativo: al fin y al cabo, aunque no he podido viajar, tengo una buena conexión a Internet y hago trabajo de oficina. He visto a mis hijos más de lo habitual y sus clases online han sido buenas, así que el déficit en su educación ha sido leve. No me puedo quejar. Hay cosas que me fascinan: nos preguntamos si necesitamos viajar tanto o ir a la oficina a trabajar. Todo esto nos ha forzado a cambiar. En Microsoft están trabajando en la mejora de Teams, hay mucha innovación que hacer en el campo del software. Pero eso nos lleva también a preguntarnos dónde y cómo vamos a construir nuestras relaciones personales, qué es lo que nos estamos perdiendo, dónde está el punto de equilibrio… En la fundación hemos podido aplicar mucho de nuestro conocimiento en enfermedades infecciosas, un campo que actualmente no recibe demasiada atención de los países ricos. Como afirmo en mi carta anual, es la primera vez que la salud global ha sido verdaderamente global, y no solo un problema de los países en desarrollo. Me entristece que no se hiciera caso de las alertas sobre la pandemia, pero ahora el mundo sabrá hacer lo correcto en la próxima. Ha sido un año muy muy peculiar que también nos ha traído beneficios, como la técnica del ARNm, que podremos usar en muchas otras enfermedades infecciosas. Así que, a pesar de lo triste que ha sido en general, podemos aprovechar las innovaciones que han visto la luz.