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Hace diez años, el 15 de marzo de 2011, comenzó la guerra civil en Siria. El conflicto en este país árabe ya se ha convertido en uno de los más sangrientos en la historia contemporánea de Oriente Medio. Sputnik recuerda lo que causó la guerra y relata qué le puede esperar a Siria a la vuelta de la esquina.
La guerra civil vino en el contexto de las protestas de la primavera árabe que sacudió Oriente Medio y el norte de África a finales de 2010. Las manifestaciones en algunos casos causaron caídas de Gobiernos en los países árabes. Inspirados por los éxitos de los manifestantes en Túnez —donde comenzó la primavera árabe — los sirios también salieron a las calles para exigir el cambio del Gobierno.
El apoyo popular a la idea de derrocar al presidente sirio, Bashar Asad, estuvo lejos de ser universal. Hubo muchos ciudadanos que apoyaron al mandatario y lo más importante es que Asad fue legítimamente elegido por el pueblo sirio. El grupo de ciudadanos opuestos al Gobierno sirio no quisieron esperar nuevas elecciones ni hicieron caso a las concesiones que les ofrecieron las autoridades.
Las protestas se volvieron muy violentas y los culpables se encontraban por ambos lados de las barricadas. Los manifestantes se negaron a obedecer las órdenes de las fuerzas gubernamentales. Entretanto, estos últimos tomaron medidas para preservar el orden en el país, pero estas tuvieron un efecto contrario: las acciones de las fuerzas de seguridad sirias incentivaron aún más a una parte de la población a protestar contra el Gobierno y, finalmente, a tomar las armas.
Igual que en los casos de Libia y Egipto los países de Occidente apoyaron a las fuerzas opositoras porque buscaron instaurar un presidente leal que fuera un títere en sus manos.
Además, querían reducir la influencia rusa en la región. Este fue uno de los objetivos principales: a EEUU y sus aliados no le convenía tener un país con salida al Mediterráneo que tenía en su territorio una base naval rusa —en la ciudad de Tartus—. Para Rusia, Siria ha sido un socio muy importante y Moscú empezó a prestar apoyo al Gobierno y al pueblo sirio.
Casi desde el principio la oposición siria, cuya meta oficialmente se limitaba al derrocamiento de Bashar y su Gobierno, empezó a radicalizarse. Dentro de la oposición surgieron ciertos elementos que con el paso de tiempo se convertirían en la columna vertebral de las agrupaciones terroristas de ideología islamista.
A medida que las fuerzas gubernamentales suprimían los focos de levantamientos en diferentes localidades del país levantino, la sociedad siria se dividió en dos. Algunos militares tomaron el lado de la oposición armada y esto empeoró gravemente la situación: la guerra se volvió mucho más brutal. Las ciudades de Siria se convirtieron en campos de batalla. Los intensos combates dejaron las calles de las localidades sirias en ruinas.
Estados Unidos y sus aliados lanzaron un programa de ayuda a las fuerzas opositoras —en su mayoría, radicales— bautizado Timber Sycamore. En el marco de ese programa la CIA, la inteligencia de Arabia Saudí y algunos otros países leales a Washington enviaron entre 2012 y 2017 armas y adiestraron a los combatientes de diferentes agrupaciones antigubernamentales.
El trabajo de EEUU y sus cómplices pronto trajo sus frutos: la oposición tomó bajo su control porciones considerables de la República Árabe Siria. Pero se hizo claro que el plan estadounidense salió mal cuando una parte más radical de la oposición siria se unió al ISIS —también conocido como Estado Islámico, proscrito en Rusia y otros países— que se formó en 1999 por un yihadista jordano.
En septiembre de 2015 Rusia lanzó su operación aérea en Siria para erradicar al ISIS, que para aquel entonces había conquistado la mayor parte del país. Y en cuestión de dos años las Fuerzas Aéreas rusas junto con las fuerzas sirias erradicaron al califato. El Gobierno sirio amplió su control sobre el país para 2018 y estableció un control firme sobre aproximadamente el 65% de su territorio.
Hoy el 15% permanece bajo el control de las agrupaciones respaldadas por Turquía o bajo el control directo de las fuerzas militares otomanas. Algunas de estas agrupaciones están mayormente compuestas de radicales como Tahrir al Sham que controla una parte significativa de la gobernación de Idlib.
Otro 20% lo controlan las agrupaciones kurdas que a lo largo de los últimos años fueron objetivos de una serie de operaciones militares de Ankara.
Tras la ofensiva en Idlib contra los radicales respaldados por Turquía que duró hasta marzo de 2020 la situación en Siria ha permanecido relativamente estable. La sangrienta batalla por Alepo y la operación para sacar a Deir Ezzor del asedio —que más marcaron los últimos años de la guerra— ya se quedaron en el pasado.
Actualmente Rusia, Turquía y EEUU cuentan con la presencia más notable en el país árabe. Pero solo Rusia se desempeña como el principal mediador entre todos los beligerantes.
Hoy en día no es de esperar que los combates se reanuden porque es poco probable que la oposición respaldada por Ankara y las fuerzas gubernamentales respaldados por Moscú traten de realizar nuevas ofensivas a corto plazo. Ni lo pueden hacer ni lo tienen planificado. La situación militar en Siria puso a todos los bandos de la guerra civil en punto muerto.
El estado actual de las cosas supone que en el futuro haya solo una solución al conflicto, el diálogo. El gran problema con el proceso político yace en el fracaso de las anteriores consultas. Las partes se sentaron en la mesa de negociaciones en reiteradas ocasiones, pero no han hallado un denominador común.
Hoy la tarea primordial de Moscú y Ankara es persuadir a los beligerantes de llegar a un acuerdo político: las dos potencias tienen que dedicar más esfuerzos al trabajo destinado a establecer la paz sostenible en Siria. Rusia sigue con sus intentos durante años, pero la oposición siria no parece estar dispuesta a hacer concesiones tan necesarias para el diálogo.
Además, Turquía tiene que cumplir con sus promesas y eventualmente deberá convencer a las agrupaciones más radicales en Idlib de entregar sus armas. Sin esto, el proceso político otra vez llegará a un callejón sin salida. Es incluso posible que el statu quo en Siria persista durante años ya que Washington y Ankara tendrían que retirarse una vez el proceso político dé sus primeros frutos, lo que contradice sus intereses.
Esto sería un paso lógico ya que de los tres principales jugadores presentes en el tablero sirio solo Rusia ha desplegado sus militares por solicitud del Gobierno legítimo sirio.
Discrepancias y cooperación
Mientras tanto, de vez en cuando en Siria sí suceden enfrentamientos de baja intensidad. El más reciente tuvo lugar precisamente el día del 10 aniversario del inicio de la guerra civil. El Ministerio de Defensa de Turquía acusó a las autoridades sirias de haber atacado ciertos blancos en la parte de la gobernación de Alepo que permanece bajo el control otomano.
El periódico progubernamental sirio Al Watan, a su vez, informó que en la madrugada del 15 de marzo en esta parte de la gobernación varios camiones cisterna se sometieron a un ataque con misiles. Según el medio, diferentes agrupaciones opositoras que pelean entre sí realizan ataques contra los almacenes de petróleo. Estas agrupaciones buscan traficar crudo a través de los pasos fronterizos.
Siria es un lugar donde chocan entre sí intereses de numerosos países, un lugar donde se pone a prueba la política mundial actual. Allí se cruzan los intereses de países como EEUU, Irán, Rusia y Turquía, explicó el politólogo ruso y docente de la Universidad Financiera del Gobierno de Rusia Leonid Krutakov.
“Vemos que en esta región hay un montón de discrepancias históricas y estas se avivan. Las ambiciones históricas de Turquía también crecen en la situación actual. Turquía no dará marcha atrás de sus posiciones en Siria porque tiene su propia perspectiva en cuanto a la historia y al futuro. Hay que tenerlo en cuenta y buscar posibilidades —para celebrar las negociaciones—”, dijo.
Además, prosiguió, Estados Unidos hace todo lo posible para sembrar discrepancias entre Irán, Turquía y Rusia, los países que median las consultas intersirias desde la cumbre de Astaná de 2017. Evidentemente hay tanto discrepancias como cooperación, concluyó.